1La experiencia de la discapacidad es sumamente personal, y la Iglesia necesita comprenderla y prepararse para dar respuestas apropiadas a la discapacidad. La Biblia no ofrece un enfoque único para todos los casos, pero enseña que todos los creyentes pertenecen al mismo cuerpo de Cristo. Las iglesias deben examinar y trabajar para lograr la accesibilidad en sus instalaciones, servicios de adoración y ministerios. Si bien Dios puede sanar a las personas de una discapacidad, algunas personas consideran que su discapacidad es parte integral de su identidad y conectan su discapacidad con su llamado y servicio a Dios. Todas las iglesias deben prepararse para ministrar y recibir ministración de las personas con discapacidades, físicas o intelectuales, para incluir a todos los miembros del cuerpo de Cristo.
La Iglesia puede desempeñar un papel significativo en la vida de las personas con discapacidad. Al mismo tiempo, las personas con discapacidad también pueden desempeñar un papel poderoso en la vida de la Iglesia. La Iglesia debe responder adecuadamente a la enseñanza bíblica y resistir la tentación de ver a las personas con discapacidad como individuos que solo esperan la sanidad o un abrazo. En cambio, los cristianos con discapacidad han recibido el mismo Espíritu que todos los demás creyentes. El Espíritu Santo es quien proporciona los dones para el ministerio y santifica a los creyentes para el mismo propósito y la misma misión.
La comprensión y la comunicación en torno a la discapacidad inevitablemente incluyen la manera en que las personas utilizan el lenguaje para describir la discapacidad. El lenguaje que prioriza a la persona evita equiparar, incluso sin querer, la identidad total de una persona con su discapacidad. El uso de una frase como «una persona con discapacidad» cuando sea necesario reconoce que la discapacidad es parte de su experiencia, sin implicar que es su experiencia o identidad primaria. Por otro lado, cuando se utiliza un lenguaje como «una persona discapacitada», se identifica a la persona en función de su discapacidad. Las personas con discapacidad tal vez elijan las palabras que se refieren a su experiencia de discapacidad.
En segundo lugar, evitar utilizar palabras o frases que hayan perpetuado prejuicios en el pasado. Por ejemplo, términos como «retrasado» y «lisiado» son inaceptables. Históricamente, algunos han utilizado palabras similares de forma despectiva. Elimínense estas con el fin de mostrar amabilidad, gentileza y amor.
Por último, en lo que respecta al uso del lenguaje, es necesario elegir las palabras con cuidado; alguna de ellas puede llegar a ofender a una persona con discapacidad. La sensibilidad respecto de las palabras evita que una persona se vea reducida a su discapacidad. El lenguaje forma nuestra comprensión del mundo que nos rodea, ya sea intencional o involuntariamente.
La experiencia de vivir con una discapacidad es única para cada persona, lo cual hace que definir y comprender la discapacidad sea complejo. En términos sencillos, una discapacidad es un impedimento físico, intelectual o de desarrollo, que limita la capacidad de una persona para realizar actividades de la vida diaria y restringe su participación en la comunidad y la sociedad que la rodean. Una discapacidad también puede ser una ocasión para que surjan nuevas habilidades, por ejemplo, leer braille, comunicarse a través del lenguaje de señas, usar los sentidos para interactuar con el mundo de nuevas maneras, etc.
Algunas discapacidades son evidentes, y otras, no. Las discapacidades ocultas podrían incluir: enfermedades crónicas, trastornos del espectro autista, demencia y epilepsia. Una discapacidad no es necesariamente lo mismo que una enfermedad. Y si bien las enfermedades pueden convertirse en discapacidades, la enfermedad no causa todas las discapacidades. Una discapacidad puede estar presente al nacer, manifestarse inicialmente en la infancia o adquirirse a través de un accidente, de la falta de cuidado físico, de un acto de violencia, o del proceso natural del envejecimiento, etc.
Las personas con discapacidad son un grupo minoritario único porque cualquiera puede terminar siendo discapacitado en cualquier momento. Por lo tanto, la discapacidad concierne a todos, porque es posible que cualquier persona la experimente en algún momento. La Iglesia entera debería incluir en su totalidad a las personas con discapacidad, dado que Jesús ordenó a los cristianos que se amaran unos a otros como Él nos amó (Juan 15:12; 1 Juan 4:21).
Vivir con una o más discapacidades es una experiencia multifacética. Es única para cada persona debido a la naturaleza y las circunstancias que rodean la discapacidad o las discapacidades, el apoyo de su comunidad y su relación con Dios. Las discapacidades tienen dimensiones físicas, sociales y espirituales, y cada dimensión interactúa con las demás. Para alguien que experimenta la pérdida de una extremidad, el impacto de esa pérdida en su desarrollo emocional y espiritual (incluida su capacidad de adaptación) puede ser muy diferente del impacto sobre alguien que nació sin esa misma extremidad. Al mismo tiempo, la forma en que las personas con discapacidades interpretan su experiencia moldeará profundamente su relación con Dios y su comunidad.
La Biblia ofrece diferentes puntos de vista sobre la discapacidad. Algunas discapacidades son el resultado de la vejez (Génesis 27:1; 48:10; 1 Samuel 3:2; Eclesiastés 12:1–5). Otras discapacidades son el resultado de la desobediencia a Dios (1 Reyes 13:4; Daniel 4:31–34; Hechos 13:11). Otras discapacidades parecen no ser el resultado ni de la vejez ni de la justicia divina (Génesis 32:31; Juan 9:1–6; Hechos 3:1–8). Algunas personas que vivían con una discapacidad eran líderes y ministros entre el pueblo de Dios (Éxodo 4:10–12; 2 Corintios 12:8,9). Si bien Dios proveyó sanidad sobrenatural en algunos casos, otros no experimentaron sanidad de su discapacidad en esta vida (2 Samuel 9:13; Hechos 8:39).
A lo largo de las Escrituras, el pueblo de Dios ha incluido a personas con discapacidades. La Biblia incluye historias de las dimensiones sociales y espirituales de la discapacidad, y las experiencias varían. Los personajes bíblicos siguen siendo parte de la historia de Dios, más allá de si recibieron sanidad o no. Su discapacidad no les impidió ejercer las funciones que Dios les había asignado, y es posible que les haya brindado otras oportunidades de servicio.
Los que pertenecen a Jesús pertenecen al cuerpo de Cristo y, como miembros, «creceremos hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo» (Efesios 4:15).2 Dios ha dado dones a cada miembro para servir en armonía en el cuerpo de Cristo y a través de Él (1 Corintios 12:7--27), apoyando a todos los demás miembros en sus pruebas y triunfos. El uso del cuerpo de Cristo como punto de referencia revela que el papel de la comunidad en la vida de las personas con discapacidades incluye tanto el ministerio a las personas con discapacidades como recibir ministración por parte de personas con discapacidades.
El mandato bíblico de servirse humildemente «unos a otros con amor» (Gálatas 5:13) incluye a todos los creyentes. La Iglesia a menudo atiende bien a personas con enfermedades y lesiones graves, en las que el proceso de sanidad natural o el milagro de sanidad divina parecen posibles o probables. Sin embargo, en situaciones en las que la discapacidad es a largo plazo o se presume permanente, la persona puede experimentar un desafío respecto a la fe. La práctica y la fe deben incluir una mano compasiva extendida y una voluntad de andar con aquellos con discapacidades, compartiendo la dignidad humana y la obra redentora del Espíritu Santo.
Los desafíos para el liderazgo de la iglesia incluyen: (1) animar y ministrar a aquellos con discapacidades, (2) asegurar su plena integración en la vida y actividad de la iglesia como miembros iguales en el cuerpo de Cristo, y (3) recordar a quienes les cuidan en el ministerio de la iglesia.
La Iglesia también debe cuidar a quienes se ocupan de atender a los discapacitados. El cuidado puede parecer un ministerio ingrato, en especial cuando quienes reciben los cuidados no pueden dar las gracias. Puede ser difícil servir a un ser querido con una enfermedad terminal o una discapacidad que requiere atención esmerada. A veces, aquellos que se encargan de cuidar a los discapacitados pueden sentir que su vida no les pertenece. Aquellos que cuidan a los discapacitados pueden llegar a cansarse de hacer el bien (Gálatas 6:9) y pueden tener problemas con su salud espiritual y mental.
El ministerio dirigido a cualquier segmento de la sociedad presenta desafíos, incluido el ministerio dirigido a las personas con discapacidades. Los voluntarios pueden impacientarse cuando hay pocas respuestas positivas. El ministerio puede ser agobiante, en especial cuando hay un deterioro cognitivo significativo. La incapacidad de relacionarse plenamente con alguien no es indicio de su capacidad de relacionarse con Dios o de participar en el reino de Dios. Donde persisten la medicación, la terapia, el dolor y el deterioro lento, también persiste el amor de Dios por nosotros. Su amor motiva el ministerio de la Iglesia a las personas con discapacidades, como si uno estuviera ministrando a Cristo mismo (Mateo 25:40).
Teniendo en cuenta el mandato imperativo establecido por Jesucristo de discipular a personas de todos los grupos, las iglesias locales deben comprometerse a hacer que sus instalaciones sean accesibles para todos. Estadísticamente, toda comunidad incluirá a personas con discapacidad.3 Si las iglesias no tienen miembros con discapacidad, esto puede ser indicio de múltiples barreras que impiden que las personas con discapacidad formen parte de esa comunidad.
Las realidades financieras pueden impedir que muchas congregaciones pequeñas realicen de inmediato mejoras de accesibilidad a sus instalaciones. Estas congregaciones deben hacer todo lo posible por permitir que las personas con discapacidad participen en la vida de la iglesia. Esto se demuestra en Marcos 2:1–12, cuando los hombres cargaron a un hombre que estaba paralizado, abrieron un agujero en el techo de una casa donde estaba predicando Jesús, y bajaron al hombre para que pudiera estar dentro de la casa. Es necesario pensar en las adaptaciones que se realicen como una reacción a las barreras que obstaculizan el camino de las personas con discapacidad, mientras que esforzarse por lograr la accesibilidad significa actuar de manera proactiva a favor de ellas.
No se debe concebir esas adaptaciones como un sustituto de la accesibilidad, sino como el primer paso hacia ella. Por lo tanto, cada congregación local debe revisar la accesibilidad de sus instalaciones y realizar mejoras donde sea necesario. Nuestra responsabilidad como representantes del reino de Dios es incluir a las personas con discapacidad en las funciones de la iglesia y la adoración. Considerar con cuidado y creatividad la disposición de los asientos comunicará lo siguiente: «Adoremos a Cristo juntos». Los voluntarios demuestran la prioridad de Cristo en torno a la inclusión cuando muestran bondad hacia los fieles con discapacidad física, mental o intelectual, y a quienes los cuidan.
La misión de la Iglesia de adorar a Dios en forma corporativa requiere la participación de todos los creyentes, incluidos aquellos con discapacidad. Un enfoque basado en el desempeño en las reuniones semanales, donde la congregación funciona principalmente como audiencia, es poco saludable y no debería obstaculizar esta misión. El requisito principal para que alguien participe no debería ser la habilidad escénica. El éxito de la adoración colectiva se evalúa menos por la calidad de la participación individual y más por la plenitud de la participación de la comunidad. Algunas personas con discapacidad pueden participar de maneras que incomoden a otros debido a una cierta discapacidad. Siempre y cuando el comportamiento no sea inapropiado, se puede enseñar a las personas a reconocer esa participación como una forma de adoración. Aprender a recibir a aquellos a quienes Dios ya ha aceptado sigue siendo una parte importante del discipulado cristiano. Las reuniones semanales de la iglesia pueden volverse menos predecibles cuando todos los creyentes, incluso aquellos con discapacidad intelectual, contribuyen a la reunión; la adoración a Dios se enriquecerá con la participación de todos.
Los sermones deben presentar la Palabra de Dios sin prejuicios hacia las personas con discapacidad. Los predicadores deben discernir si los textos bíblicos describen lo que sucedió o prescriben lo que se debe hacer hoy en día. Un ejemplo es el de las antiguas teorías sobre la ceguera. Muchas personas de la antigüedad creían que la ceguera podía ser el resultado de un pecado subyacente (Juan 9:2), el resultado de un «ojo oscuro», es decir, un ojo que no puede emitir luz correctamente o que muestra la ignorancia de una persona. (El pensamiento antiguo suponía que la luz se originaba en el ojo).
En lugar de reproducir las opiniones de las culturas del antiguo Cercano Oriente o del Mediterráneo, que pueden denigrar a las personas físicamente ciegas en nuestras congregaciones de hoy, el predicador debería considerar la aplicación prescriptiva de tales textos. Jesús afirmó que el hombre que nació ciego no lo era como resultado del pecado (Juan 9:3), a pesar de la opinión de los demás. Jesús, al incluir y sanar a Bartimeo, también lo facultó para hablar y mostrar su desacuerdo ante una multitud que lo ridiculizaba (Marcos 10:46–52). En esta historia, Bartimeo poseía información fundamental acerca de Jesús (como Hijo de David): no era un ignorante, como algunos de la multitud tal vez suponían. Así como Jesús lo demostró en esta historia, el predicador debe considerar cómo facultar a las personas con discapacidades y asegurarse de que no se sientan excluidas por la exposición de las Escrituras.
Si bien cualquier discapacidad puede tener un impacto espiritual, esto se aplica especialmente al caso de las personas con discapacidad intelectual. La discapacidad intelectual abarca tanto a las personas que nacen con problemas de desarrollo, como a aquellas que desarrollan problemas, como la demencia, más tarde en la vida. Dios puede salvar, sanar y llenar del Espíritu Santo a las personas con discapacidad intelectual. Éstas pueden responder a la convicción y al consuelo del Espíritu Santo. La obra del Espíritu Santo no se limita a un nivel de comprensión reconocible.
Dios ha dado a cada persona el derecho de recibir una presentación del evangelio conforme a su nivel de comprensión. Hay diversos aspectos que se deben tener en cuenta para la presentación del evangelio; la edad y el funcionamiento cognitivo son los más relevantes, en este caso. Las iglesias deben ofrecer estudios bíblicos y servicios de adoración apropiados para una variedad de niveles cognitivos. No se debe usar la programación funcional simplemente para segregar a algunos miembros de la comunidad de otros. Este espacio no es para «recluir a las personas», sino para ofrecer una enseñanza adecuada. En todos los demás aspectos, se debe animar a las personas con discapacidad intelectual a participar en la vida de la iglesia local y en el cuerpo de Cristo en general.
La edad cronológica por sí sola es irrelevante cuando se trata de la responsabilidad moral o espiritual si no hay comprensión. Hasta que una persona alcance la etapa de desarrollo cognitivo necesaria para considerarla responsable de sus actos, o en el caso de una discapacidad intelectual, descansa en la abundante misericordia y la gracia de Dios. La mayoría de las personas con discapacidad intelectual tienen una brújula moral, entienden lo que está bien y lo que está mal y pueden responder cuando el Espíritu Santo las llama y les da convicción. Cuando las personas puedan optar por obedecer las ordenanzas del bautismo en agua y la Cena del Señor, anímelas a hacerlo.
Algunos consideran que la promesa de sanidad divina es la respuesta principal de la Iglesia a quienes viven con discapacidad. La sanidad divina está incluida en la Declaración de Verdades Fundamentales de las Asambleas de Dios, y el documento de posición titulado «Sanidad divina» profundiza más sobre ese tema. La sanidad puede ocurrir de muchas maneras (Marcos 16:18; 1 Corintios 12:9,10; Santiago 5:14–16), pero sigue siendo un don de la gracia de un Dios soberano. La voluntad de Dios para sanar se rige por el cumplimiento de Su propósito creativo. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento muestran que el tiempo en el que ocurre la sanidad divina siempre ha estado en manos de Dios.
Aquellos que ministran a personas con discapacidad durante la ministración de sanidad necesitan discernimiento espiritual. Los ojos físicos no pueden ser la única manera de determinar las necesidades de alguien. Con frecuencia, los intercesores que buscan milagros se dirigen a personas en sillas de ruedas o con necesidades físicas obvias, ya sea que la persona con discapacidad desee la oración por sanidad o no. Nunca se debe suponer que la necesidad más urgente es la sanidad física; en lugar de eso, se debe preguntar a la persona (Marcos 10:51). De la misma manera, aquellos que oran no deben juzgar los resultados de sus oraciones por lo que ven. Es posible que, por no haber preguntado, no sepan cómo el Espíritu de Dios ha ministrado a una persona. Al igual que los demás, las personas con discapacidad tienen muchas necesidades e inquietudes en la vida, ya sea que estén relacionadas con su discapacidad o no. Pueden experimentar el poder sanador de Dios de maneras poderosas sin que Él sane su discapacidad.
Algunas personas han aceptado su discapacidad como un don y no buscan la sanidad. Para quienes una supuesta discapacidad es más una identidad o una oportunidad de servicio, puede resultar especialmente ofensivo suponer que su necesidad es la sanidad física. Por ejemplo, una persona ciega o sorda puede sentirse cómoda con su capacidad para desenvolverse en el mundo y puede descubrir que su circunstancia le da acceso a comunidades y ministerios que de otro modo estarían cerrados. La dimensión social de su discapacidad puede ser muy diferente de aquella de quienes clamaron a Jesús en los Evangelios para que los sanara. Tratar una discapacidad como un problema que requiere la sanidad de Dios es minimizar la vida plena que Dios ya le ha dado a la persona.
Las personas con discapacidades que desean la sanidad no deben perder la fe en la voluntad de Dios o Su poder para sanar. Cualquiera que haya recibido sanidad no la recibió el día anterior: la sanidad todavía podría estar en el futuro. La Iglesia debe tener cuidado de no suponer que la sanidad divina es la única preocupación de las personas con discapacidad.
La Gran Comisión es un llamado a hacer discípulos de todos los pueblos. Discipular y capacitar a las personas con discapacidad para que usen sus dones para edificar el cuerpo de Cristo es para lo que el Señor nos capacita como ministros (Efesios 4:11–13). Como miembro del cuerpo de Cristo, todo creyente, más allá de su capacidad, está equipado por el Espíritu de Dios para ministrar. Una iglesia que no incorpora las habilidades impartidas por el Espíritu a las personas con discapacidad es una iglesia empobrecida.
La Iglesia debe resistir la tentación de considerar a las personas con discapacidad únicamente como receptoras de un ministerio, sino que debe verlas como personas que han recibido el mismo Espíritu que distribuye dones como Él quiere a cada creyente (1 Corintios 12:4–7). La Iglesia debe someterse a los demás, incluso a las personas con discapacidad, como ministros igualmente dotados dentro de la comunidad (Efesios 5:21).
El ministerio de las personas con discapacidad crea oportunidades de evangelización que de otra manera no existirían. Los no creyentes con discapacidad y sus familias tal vez nunca se sientan cómodos en una comunidad cristiana sin creyentes que compartan por igual tanto la discapacidad como el ministerio de la Iglesia. Los creyentes con discapacidad pueden dar un testimonio significativo de Cristo como personas que comprenden la dificultad.
Hay una gran necesidad del testimonio de los creyentes con discapacidad. Por ejemplo, algunos consideran que la comunidad de sordos es un grupo de personas no alcanzadas.4 Las razones para esto incluyen: la falta de intérpretes en las iglesias y la suposición de que a algunas iglesias no les importan los sordos. Dios puede usar a los creyentes sordos para alcanzar a la comunidad de sordos y más allá. Ser sordo es un llamado que brinda una oportunidad de ministerio que otros creyentes tal vez no tengan.
La discapacidad intelectual abarca una amplia gama de capacidades funcionales, desde graves o profundas hasta la independencia parcial o total. La Iglesia debe permanecer sensible al Espíritu Santo en lo que respecta a los dones espirituales de quienes tienen una discapacidad intelectual. Las personas con discapacidad intelectual pueden dar testimonio del evangelio a su manera. La Iglesia no debe involucrarse en prejuicios intelectuales en torno al llamado de Dios (1 Corintios 1:26). Las congregaciones pueden recibir sus dones con alegría y asombro ante la diversidad creativa de Dios en la vida.
Todos los creyentes en Jesús pertenecen al cuerpo de Cristo. Juntos, Dios espera que «[crezcamos] hasta ser en todo como aquel que es la cabeza, es decir, Cristo. Por su acción todo el cuerpo crece y se edifica en amor, sostenido y ajustado por todos los ligamentos, según la actividad propia de cada miembro» (Efesios 4:15,16). Sin un ministerio apropiado para los creyentes con discapacidad, la Iglesia no puede cumplir con el llamado de Dios de ser la comunidad que «crece y se edifica en amor». Sin el ministerio de los creyentes con discapacidad, la Iglesia no puede ser esa comunidad donde «cada miembro hace su trabajo». Dios ha dado personas con discapacidad a Su Iglesia, y viceversa. Seamos la Iglesia que está creciendo plenamente en Cristo al:
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