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La Guerra Espiritual y El Creyente

(Adoptada por el Presbiterio General en sesión el 30 de julio de 2019.)

Introducción

Las Asambleas de Dios declara la realidad de la guerra espiritual, reconociendo que el seguidor de Cristo está en conflicto con el mundo, con la carne y con el diablo. Los creyentes no hacen esta afirmación con temor, dado que el apóstol Juan nos asegura que «el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4), y además «el que ha nacido de Dios no está en pecado: Jesucristo, que nació de Dios, lo protege, y el maligno no llega a tocarlo» (1 Juan 5:18).1 El creyente, en quien habita y a quien capacita el Espíritu Santo, es más que vencedor (Romanos 8:31–39). Sin embargo, esa convicción no es una licencia para tomar a la ligera los desafíos presentados por la oposición continua al reino de Dios.

Los seguidores de Cristo deben recordar que «nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales» (Efesios 6:12). Jesús resumió la expectativa divina para los seres humanos de la siguiente manera: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente» y «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Mateo 22:37, 39). Desde la caída en el pecado (Génesis 3:1–19), el diablo se ha opuesto al cumplimiento del propósito de Dios por parte de la humanidad. La perversión, el mal encauzamiento y el trastorno del amor hacia Dios y hacia el prójimo es una apertura que usa el diablo para atormentar a la humanidad y crear la guerra que continúa hasta el día de hoy.

La tríada—el mundo, la carne y el diablo—como descripción del ámbito en el cual tiene lugar la guerra espiritual, se remonta firmemente a la tradición bíblica. El apóstol Pablo, en Efesios 2:1–3, identifica esos tres elementos como los ámbitos en que se libera la batalla de los seres humanos. «En otro tiempo ustedes estaban muertos en sus transgresiones y pecados, en los cuales andaban conforme a los poderes de este mundo. Se conducían según el que gobierna las tinieblas, según el espíritu que ahora ejerce su poder en los que viven en la desobediencia. En ese tiempo también todos nosotros vivíamos como ellos, impulsados por nuestros deseos pecaminosos, siguiendo nuestra propia voluntad y nuestros propósitos».

Este ensayo se vale de esa lente triple mediante el cual se abordará el tema del creyente y la guerra espiritual. Todos los creyentes se enfrentan con esa batalla, y están más que capacitados para obtener la victoria mediante la poderosa presencia del Espíritu Santo que mora en cada uno. El resultado de la guerra espiritual será la victoria, gracias a la obra del Espíritu en los creyentes y a través de ellos.

La guerra espiritual y el mundo

Los escritores bíblicos entienden el concepto del mundo de varias maneras. Lo usan para describir el mundo físico que Dios creó, el cual decretó que fuera lleno de Su gloria (Isaías 6:3; Juan 1:9; Hechos 17:24). El término mundo también se utiliza con referencia al lugar donde viven los seres humanos, y asimismo para referirse a los seres humanos que viven ahí (Mateo 4:8; 24:14; Lucas 4:5). El mundo es aquello que Dios amó de tal manera que entregó a Su Hijo para morir por su redención (Juan 3:16).

No obstante, a causa de la orientación pecaminosa del mundo, éste se opone a Dios y a Su pueblo. Al mundo también se lo describe como el dominio de Satanás (Juan 12:31; 14:30; 16:11) y como el sistema mundial de aquellos que rechazan a Dios y que rechazan sus valores más preciados (Juan 17:6; Santiago 4:4; 1 Juan 5:19).

Por tanto, Juan advierte: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre. Porque nada de lo que hay en el mundo —los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la arrogancia de la vida— proviene del Padre, sino del mundo» (1 Juan 2:15–16).

El apóstol Pablo era consciente de la guerra espiritual y del mundo. Desafió a los cristianos romanos que «no se amolden al mundo actual», dado que dejar que el mundo domine impide comprobar cuál es la voluntad de Dios en cada vida (Romanos 12:2). El mundo es el ambiente total donde existen los seres humanos, un mundo que Dios creó y llamó bueno, un mundo que Él ama eternamente; sin embargo, es un mundo que se ha desviado del plan que Dios tuvo para Su creación.

La trágica realidad en el registro de la caída en el pecado en Génesis 3 es que la orientación estructural misma del mundo ha sido alterada. Se perdió la facilidad de obtener el alimento de la tierra, y las espinas y los cardos dificultan el crecimiento de lo que es comestible. El alumbramiento está acompañado de agudo dolor, y las relaciones humanas han sido dañadas de manera radical (Génesis 3:16–19). El mundo acogedor y fértil que Dios creó se convirtió en algo amenazante, con la muerte humana como la máxima indignidad.  Pablo describe a este mundo desorientado como «sometid[o] a la frustración» y como que «gime a una, como si tuviera dolores de parto», esperando la victoria suprema de Dios (Romanos 8:20–22).

La estructura y los sistemas del mundo caído se expresan como antagonistas al creyente. Los gobiernos, las agencias gubernamentales y las normas sociales y culturales conspiran para atacar la fe del seguidor de Cristo. A veces se han implementado leyes y reglamentos que están en conflicto con los principios revelados por Dios como Su voluntad para el ser humano. El racismo en todas sus expresiones, la arrogancia étnica y el nacionalismo desenfrenado se fusionan para invalidar las verdades de la Biblia.

La presión constante del mundo para moldear a los creyentes a su imagen es evidente en las múltiples maneras en que el mundo promueve sus ideas y los tienta para que dejen el compromiso con su fe. El influjo constante de fotos, imágenes y mercadotecnia, algunos basados en el instinto humano más bajo, debe ser contrarrestado con el compromiso de luchar espiritualmente contra esas fuerzas mundanas.

La guerra espiritual en el mundo también se experimenta en la presión que ejercen sobre los creyentes sus pares que viven en el mundo pero que no luchan contra el tirón y arrastre negativo del mundo. En vez de eso, han cedido a las fuerzas del mundo y presionan a los creyentes para que hagan lo mismo. Como una advertencia de la historia bíblica a los cristianos contemporáneos, en repetidas ocasiones, Dios desafió al pueblo de Israel respecto al peligro de permitir que los habitantes de la tierra de Canaán los apartaran de Dios y los condujeran a la adoración de sus dioses.

En la guerra entre el creyente y las fuerzas del mal en el mundo, los recursos que se necesitan para obtener la victoria son espirituales, no políticos. El apóstol Juan dio el desafío principal para resistir las presiones del mundo caído cuando dijo: «No amen al mundo ni nada de lo que hay en él. Si alguien ama al mundo, no tiene el amor del Padre» (1 Juan 2:15). El amor supremo por Dios, la antítesis del amor al mundo, es el antídoto para los desafíos del mundo. El llamado de Judas para los creyentes a edificarse sobre la base de la santísima fe y a orar en el Espíritu Santo (Judas 20) permite que el Espíritu mismo ore a través de ellos «conforme a la voluntad de Dios» (Romanos 8:26–27). Tal oración es poderosa para traer la victoria en la batalla espiritual en el mundo.

La guerra espiritual y la carne

El Nuevo Testamento utiliza el término «carne» (sarx) para describir la naturaleza y la carne humana, y el cuerpo (soma) para describir el cuerpo humano. Con frecuencia, la palabra carne se utiliza para hablar de los aspectos más débiles de la naturaleza humana, aquello que está sujeto a la tentación (Mateo 26:41; 2 Pedro 2:18). Pablo advierte del peligro de ser esclavos de los deseos de la carne (Efesios 2:3) y desafía a los creyentes a no fijar la mente en la carne (Romanos 8:5–7).

La guerra con la carne es con la naturaleza caída de la humanidad, la cual ahora tiene un rumbo que se aparta de Dios y de su voluntad y se inclina hacia las tendencias y los deseos pecaminosos. En la caída en el pecado, Adán y Eva cedieron a la tentación de que sus ojos fueran abiertos y de ser como Dios al discernir el bien del mal (Génesis 3:5). En vez de reconocer que Dios es supremo y dejar que Él determine el bien y el mal, eligieron exaltarse ellos mismos y dirigir su propia vida. Ese pecado hizo que no se volvieran a Dios, sino que pusieran la mirada en su interior, en ellos mismos. La decisión de quitar a Dios de Su lugar central en la existencia humana abrió la puerta al desenfreno del mal, lo cual provocó que los deseos y las pasiones alejaran a la humanidad del plan de Dios. Esta guerra con la naturaleza caída del ser humano, el rechazo de lo que Dios decreta como recto, está en pleno fragor hasta el día de hoy.

La identificación de Pablo de las obras de la carne es un recordatorio de que la guerra espiritual contra la carne es crucial para el creyente. La lista de Gálatas 5:19–21: «inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio, discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas» ilustra la naturaleza humana caída. El desafío en la guerra contra la carne es crucificar las pasiones y los deseos de la carne y vivir y andar conforme al Espíritu (Gálatas 5:24–25).

La salvación que Cristo proveyó concede libertad al creyente, pero Pablo advierte el peligro de usar esa libertad de manera indebida, para satisfacer los deseos de la carne. Esa indulgencia niega la expectativa absoluta que se tiene del creyente: «servirse unos a otros con amor» (Gálatas 5:13). El rumbo que toma la carne que vive sin freno alguno será evidente en relaciones destruidas y daño personal, que son la antítesis la obra del Espíritu en la vida del creyente. La trágica realidad es que la carne desea aquello que se opone al Espíritu, por ende, para tener éxito en la guerra contra la carne, el creyente debe vivir «por el Espíritu» (Gálatas 5:16–17).

El apóstol Pablo declara claramente la perspectiva bíblica respecto a la carne, señalando que las pasiones pecaminosas es lo que domina, lo cual conduce a la muerte (Romanos 7:5). El peligro está en que, aunque la persona sea creyente, podrían negarse a fijar la mente en el Espíritu, eligiendo ceder a los deseos de la carne. Negarse de continuo a que el Espíritu gobierne conduce a la muerte espiritual, dado que la carne «es enemiga de Dios» (Romanos 8:5–8).  La acción de luchar contra la carne surge del reconocimiento de que la obra de Cristo ha dado un golpe mortal a la carne. El creyente entra en una guerra espiritual contra la carne al dejar que el Espíritu lo gobierne, lo guíe y lo dirija en su diario vivir. El Espíritu brinda una vida resucitada al creyente para que se obtenga la victoria en la guerra espiritual contra la carne (Romanos 8:9–13).

La victoria sobre la carne se obtiene cuando el Espíritu le da a uno el poder para vencer los deseos de la carne y sus actividades pecaminosas. Conforme el creyente continúa dejando que el Espíritu Santo lo gobierne y lo guíe, el carácter de Cristo en su vida se fortalece (Gálatas 5:22–23). Este fruto del Espíritu—amor, gozo, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio propio—es la evidencia de la victoria en la guerra espiritual contra la carne.

La guerra espiritual y el diablo

Algunos tal vez se pregunten a nivel teológico y práctico si la guerra espiritual contra el diablo es real y pertinente en su vida y ministerio. El consenso de las Asambleas de Dios es que un enemigo invisible, el diablo, existe y está abocado a oponerse a Dios y a destruir a la humanidad. Inmediatamente después de que Jesús fue ungido con el Espíritu Santo para comenzar su ministerio público, tuvo un encuentro cara a cara con el diablo (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12–13; Lucas 4:1–13). Más adelante, Pedro resumió el ministerio de Jesús de la siguiente manera: «anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban oprimidos por el diablo» (Hechos 10:38). El diablo enfrentó a Jesús varias veces (Lucas 4:13) y los representantes de Cristo no deberían esperar nada menos que eso. La guerra era real y todavía lo es.

Los escritores bíblicos dan evidencia de su creencia en la existencia del diablo, a quien describen como una entidad personal. Se lo describe como una serpiente en el encuentro con Adán y Eva en Génesis 3. Capaz de conocer, de hablar y de persuadir (todos indicadores de una entidad personal), él los tentó y ellos pecaron. Cuando Jesús fue tentado, el diablo conversó con Jesús, incluso usó las Escrituras, en un esfuerzo de desviar a Jesús de su misión (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12–13; Lucas 4:1–13).

El diablo es el adversario, un mentiroso y un engañador. Su oposición a Dios, a Su plan, y a Su pueblo es extrema e implacable. Sin embargo, el diablo y sus fuerzas demoníacas aliadas son de naturaleza limitada. No son divinos y no tienen pleno conocimiento como Dios, no tienen la habilidad de estar presentes en todo lugar al mismo tiempo y están sujetos a Dios y a Su pueblo. No tienen un acceso garantizado al pensamiento humano. El creyente debe tener consciencia de sus intenciones y actividades malvadas, pero no debe temer.

Cuando Dios encaró a Adán y Eva respecto a su decisión de alejarse de Su guía y dirección suprema, de pecar e introducir el pecado en la raza humana, también pronunció el destino final del diablo. «Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón» (Génesis 3:15). Apocalipsis 19 y 20 dejan en claro que el diablo y esas fuerzas demoníacas aliadas están destinadas a la destrucción.

El conflicto entre el creyente y las fuerzas demoníacas puede entenderse como un espectro de influencia demoníaca, que varía en el grado de dominio sobre la vida de una persona y en la diversidad de aspectos de la vida en que ha habido control demoníaco. El impacto de los poderes demoníacos tal vez sea leve e imperceptible. Si uno se arrepiente, renuncia a su pecado y a las actividades carnales, resiste la tentación, e invoca al Espíritu para quedar limpio del pecado y ser libre, obtendrá la victoria y será libre. La influencia demoníaca extrema podemos llamarla «posesión», en que una persona es controlada por las fuerzas demoníacas, que manipulan el cuerpo, la mente y el espíritu del individuo para sus propósitos destructivos.2 Este caso extremo de control demoníaco es indicio de un continuo movimiento de alejamiento de, y abandono de, su relación personal con Jesús; el creyente debe alcanzar la victoria en el conflicto espiritual mucho antes de llegar a este condición extrema, en vez de ser dominado por él. Si bien los creyentes participarán activamente en la guerra espiritual y serán oprimidos, no pueden ser poseídos por las fuerzas demoníacas.

Hay que tener mucho cuidado de no confundir las enfermedades emocionales y mentales con la actividad demoníaca. Aunque la actividad demoníaca a veces se asemeja a la conducta que se manifiesta cuando hay enfermedad mental, afirmar que es la misma cosa podría herir a las personas, impidiendo que reciban la atención médica necesaria. El consejo piadoso y sabio de médicos, consejeros y psicólogos puede ser de ayuda cuando se trata de discernir la real condición. El sabio y poderoso Espíritu Santo provee discernimiento y sabiduría a aquellos que ministran a las personas que enfrentan este gran desafío.

Algunas personas enseñan que todas las instancias en que hay mención del «espíritu» o «espíritu de» en el texto bíblico se refieren a la actividad de demonios. Sin embargo, con mayor frecuencia, los escritores bíblicos usan el término «espíritu» para identificar una actitud o una disposición. Por ejemplo, David habló de un espíritu quebrantado (Salmo 51:17), Salomón mencionó a los humildes de espíritu (Proverbios 16:19) y Pablo quería ir a Corinto con amor y con espíritu de mansedumbre (1 Corintios 4:21). Sería mejor concebir las instancias de «espíritu» o «espíritu de» como designaciones de actitudes y disposiciones, algunas de las cuales podrían ser pecaminosas, a menos que el contexto del versículo en cuestión muestre que se habla de un espíritu o ser independiente.

La enseñanza de que la actividad demoníaca incluye autoridad sobre áreas geográficas está basada en un incidente registrado en Daniel 10. El profeta recibió a un mensajero divino que se había retrasado a causa de la resistencia del «príncipe del reino de Persia» durante veintiún días (Daniel 10:13). Ése es un pasaje de difícil interpretación, pero aun si el príncipe del reino de Persia es una entidad demoníaca, una sola referencia no es una base sólida para plantear una enseñanza acerca de la actividad demoníaca territorial.

Los autores de los evangelios detallan numerosos encuentros específicos entre Jesús y los demonios. En cada caso, Él estaba al mando y proveyó la liberación que era necesaria para el ser humano atormentado por las fuerzas demoníacas. No sería correcto deducir una fórmula específica para los encuentros con lo demoníaco a partir de los ejemplos de Jesús, ya que Sus acciones fueron variadas. Por ejemplo, sólo una vez preguntó cuál era el nombre de los demonios (Marcos 5:9; Lucas 8:30). En ese mismo encuentro, permitió que los demonios eligieran adónde Él los enviaría… a los cerdos (Mateo 8:31; Marcos 5:11–12; Lucas 8:32). Hay otras instancias en que no permitió que los demonios hablaran (Marcos 1:34; Lucas 4:35, 41). Los escritores del evangelio con frecuencia señalaron que Él sanó y liberó de demonios (por ejemplo, Mateo 4:34), pero Él no relacionó toda dolencia humana con la posesión demoníaca.

Hay algunas lecciones positivas de los relatos de encuentros victoriosos de Jesús con los demonios. Él identificó al Espíritu Santo como la fuente a través de la cual echaba fuera demonios (Mateo 12:28; el «dedo de Dios» en Lucas 11:20 [RVR1960]), indicando que había llegado el reino de Dios. Después de liberar al joven cuando descendió del Monte de la Transfiguración, señaló lo importante que es tener fe y orar (Mateo 17:20–21; Marcos 9:29). En cada caso, la voz de Jesús era la orden que expulsaba a las fuerzas demoníacas de los seres humanos.

Santiago provee un medio poderoso mediante el cual el creyente puede derrotar al diablo en la guerra espiritual: «Así que sométanse a Dios. Resistan al diablo, y él huirá de ustedes» (Santiago 4:7). Conforme el creyente reconoce su dependencia total del poder de Dios y el hecho de que el diablo no puede hacer frente a ese poder, puede negarse a dar lugar al diablo en su vida. Pedro resume la guerra espiritual con el diablo de la siguiente manera: «Practiquen el dominio propio y manténganse alerta. Su enemigo el diablo ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo, manteniéndose firmes en la fe, sabiendo que sus hermanos en todo el mundo están soportando la misma clase de sufrimientos» (1 Pedro 5:8–9).

Inferencias pastorales

La guerra espiritual en el mundo, con la carne y con el diablo son una realidad para los seguidores de Cristo. El liderazgo pastoral tiene el privilegio de preparar a los miembros de la congregación para esta batalla, y de animarlos cuando la están enfrentando. La realidad pentecostal de la vida plena en el Espíritu y empoderada por Él es crucial para vencer los ataques del mundo, la carne y el diablo. Es esencial que la congregación sea guiada a esa manera de andar que depende del Espíritu. El crecimiento continuo del fruto del Espíritu (Gálatas 5:22–23) y la expresión de los dones del Espíritu (1 Corintios 12:4–11) en la vida de los creyentes son de máxima importancia. Cuando el seguidor de Cristo es desafiado a dejar que el Espíritu Santo ore y alabe a través de él o ella en un lenguaje espiritual, se abrirá a la voluntad y los propósitos de Dios que lo fortalecerán para los desafíos que enfrente en la guerra espiritual (Romanos 8:26–27; Judas 20).

En la carta a los Efesios, Pablo desafió a los creyentes en la guerra espiritual a ponerse «toda la armadura de Dios para que puedan hacer frente a las artimañas del diablo» (Efesios 6:11). La guerra espiritual no es contra seres humanos; al contrario, es contra las fuerzas espirituales del mal. La oposición a esas fuerzas es posible gracias a la armadura de Dios: «el cinturón de la verdad… la coraza de justicia… (el calzado de) la disposición de proclamar el evangelio de la paz… el escudo de la fe… el casco de la salvación… la espada del Espíritu» (Efesios 6:14–17). Pablo concluyó la presentación de los recursos del creyente para la guerra espiritual con un recordatorio del poder de la oración en el Espíritu (Efesios 6:18).

Hay personas en las congregaciones con desafíos emocionales y mentales que pueden recibir ayuda de profesionales médicos y consejeros. En algunos casos, la profesión médica podría ofrecer más asistencia que un ministerio de liberación. La ayuda profesional no suplanta la oración y la intercesión ferviente. Dios tiene poder para sanar toda enfermedad de la humanidad. Necesitamos ser cuidadosos y depender de la guía del Espíritu Santo para determinar cuál es el mejor camino a la integridad y la sanidad.

Las congregaciones tienen el privilegio de ser fortalecidas no sólo para pelear a nivel personal sino para también librar la guerra espiritual como un acto colectivo de intercesión. La batalla con el mundo con frecuencia debe llevarse a cabo a nivel sistémico o estructural. El mal se expresa mediante las prácticas colectivas, las decisiones gubernamentales y las tradiciones culturales. El cuerpo de Cristo puede experimentar la victoria de Dios a través de la oración y las acciones intercesoras cuando sea necesario.

El apóstol Pablo expresó las palabras de aliento que necesitamos todos los creyentes cuando estamos en medio de una guerra espiritual. «¿Qué diremos frente a esto? Si Dios está de nuestra parte, ¿quién puede estar en contra nuestra? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosamente, junto con él, todas las cosas?... en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Romanos 8:31–32, 37). Pedro, en el comienzo de su segunda epístola, nos da esta gran seguridad: «Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda» (2 Pedro 1:3).

Notas

  1. Todas las citas bíblicas son de la Nueva Versión Internacional (1999) (NVI) a menos que se identifique otra versión.
  2. Con la posesión demoníaca, el poder de Satanás toma el control del centro de la personalidad del individuo. En tales casos, los demonios pueden manifestarse mediante cambios temporales de personalidad, en la manera de hablar, en la conducta física extraña, la aflicción física y mental y las inclinaciones autodestructivas.

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